La convicción de que los problemas estructurales de nuestro país son responsabilidad de todos convierte algunos empresarios en agentes de cambio imprescindibles para una mejor nación.
Por: Catherine Piña
En estos días estuve viendo otra vez el video que se hizo viral hace un año y en el que algunos de nuestras figuras más emblemáticas muestran bella a Quisqueya. Amo ese video y cuando lo veo, como cuando escucho “Soy dominicana” de Covi Santana, o las veces que he visto el busto de Duarte en la cima del pico, me siento privilegiada de ser de aquí y deseo esforzarme por dejar esta patria mejor que como la encontré.
A esa emoción se parece lo que siento luego de salir de una reunión con un empresario que conocí hoy y de quien, por razones de confidencialidad, me reservo el nombre. Me baila el alma cuando encuentro a alguien que ha logrado conectar los puntos y reconoce que, para que su negocio siga creciendo y mantenga su competitividad y rentabilidad, necesita enfocarse en sustituir viejas formas de hacer las cosas y atreverse a entrar en territorios que la vieja guardia considera responsabilidad de otros.
Estos empresarios y empresarias a los que me refiero ven muchos de los problemas de sus empresas como aspectos a abordar cuando el ojo común solo alcanza a ver externalidades. Su labor es la que permite que, poco a poco e impulsados por sus propios principios, mejoremos nuestro país.
¿Cuántas empresas ven reflejadas en sus empleados y empleadas la realidad de los bajos niveles de aprendizaje de nuestros estudiantes en matemáticas y lenguas?, ¿Cuántas sufren por licenciados o ingenieras sin las competencias básicas de su perfil profesional?, ¿Cuántas cierran procesos de reclutamiento sin encontrar las personas con el perfil deseado?
Cuando el problema entra por nuestra puerta, se sienta en nuestros escritorios, produce nuestros productos u ofrece nuestros servicios, deja de ser una externalidad y se convierte en un techo para la calidad de nuestras operaciones. Personas deficientemente formadas producen de forma lenta, se equivocan mucho, desaprovechan oportunidades, dañan equipos y herramientas, desperdician materiales, no logran actualizarse a tiempo y les cuesta adaptarse a los cambios tecnológicos, entre muchas otras tragedias que se traducen en mal servicio y malos productos.
Pero de nada sirve que unas pocas personas cada vez entendamos mejor el problema y veamos más clara la solución. Lo que realmente hace la diferencia es que algunos, como este señor con que me reuní hoy y que proporciona empleos a casi mil personas, decida por convicción propia impulsar transformaciones, dejar de hacer las cosas como siempre y atreverse a hacerlas como nunca antes.
Por suerte, al propiciar nuestra reunión, este señor no esperaba que nadie le dijera que el camino es fácil, me quedó claro cuando completó mi afirmación de que involucrarse en temas de educación es costoso, diciendo que no es más caro que el costo de la falta de competencias en las personas. Puedo escuchar cómo el camino celebra la llegada de alguien que viene para quedarse y me atrevo a confiar en que en ese camino, él recogerá los frutos de todos los esfuerzos personales y profesionales que por más de 30 años ha puesto en su empresa que es ya un legado para los dominicanos. Por personas como este dominicano vale la pena seguir empujando por un mejor país
Fuente: Acento