*Por Lía García Berrido
Hace unos años, en una clase de teoría clásica de sociología, en medio de una discusión teórica sobre el trabajo y las clases sociales, una compañera dijo que su vida sin su trabajo sería muy aburrida. Yo, internamente, me reí y pensé ¡Qué aburrida una vida que gira alrededor de un trabajo! Pero la vida suele dar muchas vueltas, y hoy me veo recién graduada de la universidad, formando parte de un proyecto social que se enfoca en la mejora de la educación, la formación y la vinculación, con el objetivo de que los beneficiarios obtengan más y mejores empleos.
Mi incompatibilidad y mi rechazo ideológico respecto del trabajo como un deber viene de mi crítica al capitalismo como sistema social y económico. Pero esto me lleva a otro cuestionamiento personal: si no sueño con trabajo, ¿con qué sí sueño llenar mis días? ¿Es la palabra la que me molesta? ¿Y si, en vez de “trabajo” me refiero a esto como “ocupación diaria”? Si elimino de la ecuación laboral el componente monetario, es decir, el salario ¿Cuál es la importancia para la sociedad de que las personas tengamos una ocupación, más allá del aspecto económico? ¿Para qué sirve esta actividad a la que llamamos “empleo” en la organización de una sociedad y el bienestar de las personas?
Últimamente, en esta ocupación diaria a la que me dedico, me ha tocado cambiar un poco el enfoque de cómo veo la necesidad del trabajo. Y sí, me he hecho estas preguntas al mismo tiempo que desarrollo mi día a día como empleada. Me cuesta aceptar que los trabajos son buenos simplemente “para la economía”. Entiendo que no deja de ser cierto, pero personalmente cuestiono de entrada aquello que solo conlleva el bienestar económico de un país, ya que mi enfoque sociológico prioriza siempre el bienestar humano por encima del capital. Y aun sabiendo que los trabajos no siempre son justos, y que el sistema capitalista está fundamentado, entre muchas cosas, en la explotación, también estoy consciente de que la solución no es proponer que nos pasemos el día mirando las flores y las horas pasar.
Aquí mi punto: una ocupación le ofrece más que un salario a una persona para mantenerse vivo en la economía. Conlleva también el sentimiento de realización, cumplimiento y productividad en las actividades con las que llenamos los días, cuando se asume una ocupación como una oportunidad de aprender nuevas habilidades y conocer sobre temas que crean espacios de mejoramiento para la comunidad estamos abriendo un espacio para humanizar nuestra labor. Tener un trabajo en el cual tienes que completar tareas y cuyo rol transmite un sentimiento de responsabilidad, es útil porque te enseña a formar parte de una sociedad colaborativa, lo que significa asumir compromisos y ayudar a otras personas. Este sentido de responsabilidad nos afirma que, como humanos, somos seres sociales que nos necesitamos los unos a los otros para lograr grandes cosas.
Ningún salario es suficiente, por más abundante que sea, si no provee o no llena la necesidad innata de realización personal necesaria para mantenernos vivos y felices, no solo en la economía. Las ocupaciones, independientemente de que generen capital económico o no, promueven cohesión comunitaria y seguridad al incrementar nuestra participación en la sociedad. Por eso, los trabajos no son solo necesarios para la economía. Un salario digno y justo para poder mantenernos económicamente vivos, y actividades u ocupaciones con sentido, con propósito, ambas dimensiones son necesarias para darnos valor en la sociedad. Es decir, no se trata solo del bienestar económico de un país, sino también por el bienestar de una sociedad, de un colectivo. Ampliemos el enfoque para darle una dimensión más humana a las ocupaciones.