La vinculación entre centros educativos y empresas es el camino para generar el valor compartido que necesita el país para elevar su competitividad
Por Catherine Piña
Somos un país joven. Tenemos lo que los expertos denominan “bono demográfico”, es decir que, a diferencia de otros países del mundo, nuestra población económicamente activa es mayor a la de niños y envejecientes. Y la buena noticia es que todo indica, que durante los próximos 30 años seguiremos teniendo en porcentaje más personas productivas que otros países de la región y del mundo, lo que, si se aprovecha, podría significar un impulso a nuestra competitividad.
Pero ser joven no es suficiente. La realidad actual es que la presión en términos de calidad y de costos a la que están sometidas las empresas para mantenerse competitivas se ha traducido en una mayor exigencia en sus procesos de reclutamiento. Y esta presión también impone mayores exigencias a los emprendedores que desean impulsar sus propias iniciativas.
¿Qué ocurre con nuestros jóvenes en el tránsito entre la formación y la vida productiva como empleados o emprendedores? ¿Cuentan con las competencias que demandan los sectores productivos? La respuesta la conocemos: hay una brecha y superarla no es tarea de un día ni de un responsable. Han faltado puentes.
La vinculación entre centros de estudio y empresas puede empezar con pequeños pasos, tan sencillos como la organización de visitas de estudiantes a empresas o de charlas de éstas a estudiantes, o con el involucramiento de empresas en la evaluación de proyectos de las ferias técnicas. Puede madurar con la donación de equipamiento al centro, cupos para estudiantes en charlas ofrecidas para empleados y espacios para pasantía o para formación en el lugar de trabajo.
No se requieren esfuerzos titánicos para lograr vinculación, pero sí propósitos compartidos. La puesta en marcha de mecanismos en los que se enlacen los centros educativos con las empresas es una oportunidad de generar valor para todos. La experiencia demuestra los beneficios:
- Los estudiantes mejoran significativamente su rendimiento y, a la vez, enriquecen su experiencia para el futuro laboral.
- Los centros de estudio mejoran su currículo educativo de manera innovadora.
- Los docentes adquieren destrezas en el manejo de nuevas tecnologías y procesos.
- El sistema educativo eleva la calidad de la oferta académica y se hace más eficiente en su labor de preparar a los estudiantes para la vida.
- Las empresas optimizan la inversión en entrenamientos y capacitaciones internas al pasar de un enfoque de cierre de brechas a uno de especialización de los recursos.
- El sector productivo contribuye en la formación de su futura fuerza laboral y genera oportunidades a sus colaboradores para desarrollar nuevas habilidades y contactos en la comunidad.
Para incorporar a la economía a la gran cantidad de jóvenes que componen nuestra población económicamente activa necesitamos ser estratégicos. La construcción de esos puentes tiene que ser un trabajo continuo, sostenible y articulado entre el sector productivo y el educativo.
El país cuenta con casos exitosos de vinculación: centros que han fortalecido su oferta, jóvenes que han ingresado al mundo laboral a través de un primer empleo de calidad en el que han logrado desarrollarse, y empresas que han logrado mejorar su calidad y productividad luego de reclutar estudiantes de centros educativo con los que asumieron un compromiso de vinculación. ¡Tenemos mucho que aprender e innovar para, juntos, lograr el país de las oportunidades que todos anhelamos!
Artículo creado para el periódico: Acento