Trabajar en un equipo multidisciplinario y apasionado hacia una causa común puede resultar agotador, pero los resultados superan con creces el trabajo individual. Espero que, entre otras cosas, el nuevo integrante de mi equipo pueda aprenderlo y apreciarlo.
Por: Catherine Piña
Desde hace unos meses identificamos la necesidad de incorporar a un integrante adicional a nuestro equipo de trabajo. Después de un exhaustivo proceso de reclutamiento nos decantamos por contratar a un estudiante de término de la carrera de ingeniería industrial y que a sus 21 años es más joven que el mayor de mis hijos.
Hasta la llegada de Francisco oficialmente solo éramos 6 empleadas, pero eso nada más lo sabe la nómina, porque en nuestra mesa de trabajo, sea presencial o virtual, nunca somos menos de 10, ni siquiera cuando nos toca trabajar fines de semana para poder cumplir con nuestros compromisos. Con nosotras (porque hasta hoy éramos solo mujeres) siempre hay aliados, proveedores o colaboradores que, por alguna extraña razón, llegan dispuestos a poner el alma en el ruedo.
La agenda de hoy no pudo ser mejor para transmitirle a nuestro nuevo integrante para qué existimos. Al llegar a la oficina nos encontró dando los toques finales para asegurar que cuando el reloj marcara las 9:00 am, cada quien estuviese listo para asumir su rol en una sesión de trabajo colectiva.
Quienes estábamos juntos de forma presencial abrimos la reunión virtual en punto y, por una hora y media 18 personas representantes del sector empleador, el sector educativo, los trabajadores y gobierno, revisamos la porción de “esquema financiero” de la propuesta que en base a diversas experiencias nacionales e internacionales construimos con la intención de dejar al Ministerio de Educación Superior, Ciencia y Tecnología un modelo que permita ofrecer programas de educación técnico superior en modalidad dual, en la cual parte del aprendizaje práctico de los estudiantes se realiza en empresas.
La sesión fue muy amena y dinámica, hubo más de 100 comentarios a la propuesta, y Francisco fue testigo de cómo los planteamientos se modifican -para bien- cuando un equipo se compromete a que sean capaces de generar valor para todos. Entre muchas intervenciones de personas externas a nuestro equipo, escuchó a Rafael señalar alternativas para que la carga económica de las empresas que reciben aprendices no desincentive su participación; a Manuel identificando brechas en la propuesta que podrían llevar a una terminación injusta del contrato de aprendizaje, a Diego proponiendo alternativas que puedan convertirse en políticas públicas y a Yomary, explicando la flexibilidad que conviene considerar para establecer el salario de los aprendices.
Luego de cerrar la sesión, Francisco nos acompañó a digerir los insumos recibidos y a asegurarnos de que todos estuviesen registrados de forma organizada para cuando toque modificar los productos que ahora serán enriquecidos por el fruto de los aportes de las partes interesadas.
Luego de una pausa para almorzar, nos vio intercambiar roles en el equipo para repetir la experiencia, esta vez con un grupo de 30 personas y revisando otro componente de nuestra propuesta, el de “Marco Legal y Regulatorio”. Nuevamente, nos observó exponer de forma apasionada y escuchar diligentemente lo que otros opinaban, incluso y con mayor empeño, cuando las sugerencias implicaban cambios al trabajo realizado.
Aún nos quedan algunas sesiones similares de este proyecto y, en general, como miembro de este equipo, a Francisco le tocará participar de muchas investigaciones y discusiones que podrían convertirlo, en el futuro, en un experto de educación técnica.
Me alegro de tener disponible para él una experiencia que puede llevarlo lejos profesionalmente, pero siendo hoy su primer día me conformo con que descubra el inmenso valor que hay en lograr que personas diversas trabajen por un mismo fin, confiados en que habrá beneficios para todos y energizados por la certeza de saberse parte de un propósito mayor a la suma de los propósitos particulares