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La paradoja del desempleo: más allá de la educación

Los niveles de bienestar social de un país están directamente relacionados con los niveles de empleo, por lo que es un elemento de vital importancia en el diseño de políticas públicas. No obstante, sigue la misma pregunta: ¿cómo creamos más empleos?

Por: Selma Polanco

Siempre que hablamos de la economía dominicana surgen dos elementos que explican en gran medida nuestro desempeño en los últimos 20 años: hemos experimentado un elevado crecimiento (por encima del promedio de Latinoamérica), pero seguimos experimentando problemas de desigualdad. Uno de los factores fundamentales que ha impedido alcanzar ese segundo objetivo es la falta de creación de nuevos empleos y más aún, de empleos de calidad. 

A finales del año pasado, la tasa de desempleo abierta (personas buscando activamente) fue de un 5.3%, mientras que la tasa de desempleo ampliada (incluye la anterior más los desalentados) fue 15%. Si además le añadimos el subempleo (quienes trabajan insuficientes horas) esta subiría a un 18.8%.

Esto haría pensar que el problema consiste en que hay mayor oferta de personas buscando empleo que la demanda de personal en las empresas. Sin embargo, la realidad es más compleja. Según resultados preliminares de la Encuesta Nacional de Detección de Habilidades y Cualificaciones en el Empleo (Endace,2020), el 46.5% de las empresas afirma que ha tenido o tiene dificultades para encontrar candidatos adecuados para cubrir las plazas vacantes y 78.8% consideran que su personal debe fortalecer o adquirir nuevas habilidades. 

Se pone en evidencia que el problema no es solo de cantidad, sino de pertinencia y preparación adecuada. Es decir, la creación de empleos no es solo un problema de demanda de personal, sino un problema de oferta de personal cualificado para los puestos que se demandan, lo cual termina afectando los niveles de crecimiento y productividad de las empresas, que a su vez incide en la capacidad que tienen estas para crear más empleos. 

La respuesta simple sería “educación”, por obvias y probadas razones que desde las aportaciones clásicas de Barro (1991, 1997) y Mankiw et al. (1992), justifican la relación positiva entre crecimiento económico y los años de escolaridad de una sociedad. De igual forma, los aportes de Hanushek y Wößmann (2010), hablan sobre la calidad de la educación para desarrollar habilidades. Ahora bien, dejemos de pensar por un momento en la educación tradicional y en la calidad de la educación, que son esenciales para el desarrollo, y pensemos qué más podemos hacer para aumentar los niveles de cualificación de las personas trabajadoras. 

Una opción es la “educación y formación para el trabajo”, aquella que imparte conocimientos y desarrolla destrezas específicas para ciertas ocupaciones. En República Dominicana, aunque tenemos grandes retos para reducir el “Mismatch” del mercado laboral, se siguen subestimando los aportes que trae la educación técnica a la sociedad, tanto por quienes se educan, como por quienes contratan. 

Contamos con 64 programas técnicos de nivel secundario y 74 de nivel superior, relacionados a casi todas las actividades económicas del país. No obstante, aún con una oferta tan variada, el porcentaje de matriculados de estos títulos es ínfimo: menor al 19% para el nivel de secundaria y 5% del total de matriculados en niveles universitarios, sin incluir postgrado. 

El porcentaje en secundaria, aunque similar al promedio regional, se encuentra por debajo del de economías más desarrolladas como las de OCDE con más de un 25% en promedio. En países como Australia, Bélgica y Países Bajos, es incluso de 34%, 46% y 48%, respectivamente (Unesco, 2016). 

La educación técnica facilita la inserción en el empleo de los jóvenes que acceden por primera vez al mercado laboral y promueve la progresión hacia niveles de mayor cualificación, influyendo en el aprendizaje a lo largo de la vida y en el fortalecimiento del capital humano del país. Aprovechar estos beneficios depende, por un lado, de que las empresas valoren los trabajadores con perfiles técnicos, que suelen corresponder con sus necesidades reales de personal.

Por otro lado, se debe orientar a los estudiantes y trabajadores respecto a las demandas reales de ocupaciones en la economía, y evitar seguir llenando las aulas de las mismas carreras de grado que ya están sobrepobladas en el mercado laboral (50% de la matrícula de educación superior es de carreras de negocios, salud y humanidades). 

Mientras, a los estudiantes de secundaria se les debería mostrar la educación técnica como una oportunidad para aprender más allá de la educación: complementar años de estudios con aprendizajes que pueden aumentar sus oportunidades de inserción en el mundo laboral. 

La educación técnica ha demostrado en muchos países que es un “Fast Track” para mejorar las cualificaciones de los jóvenes permitiéndoles acceder más fácilmente a empleos y continuar con su proceso de capacitación posterior en mejores condiciones. 

Es el momento de visualizar este tema y sus oportunidades como uno de los elementos a considerar en el desarrollo de políticas públicas para mejorar el empleo y corregir la desigualdad.

Fuente: El Dinero